El arquitecto y Profesor Titular Martín Marcos, nos remite este interesante texto:
PARADOJAS DE UN GRAN PREMIO
Martin Marcos, arquitecto. Profesor
Titular FADU UBA.
El Gran Premio de Arquitectura 2012
otorgado por FADEA (Federación Argentina de Entidades de Arquitectos) y ARQ
(prestigioso suplemento de arquitectura del diario Clarín) ha sido para la Casa
Puerto Roldán, de los Arqs. Gerardo Caballero y Maite Fernández. Selección que
implico un recorrido por todo el país buscando las obras más significativas de
los últimos cinco años en cada una de nuestras regiones. Un gran esfuerzo que
debe ser enfatizado como muy positivo.
Lejos
de poner en duda la calidad profesional del estudio Caballero-Fernandez,
destacados arquitectos rosarinos a quienes admiro y respeto –tal vez más por
otras obras que por este premio-; sí parece necesario señalar algunas
cuestiones paradojales alrededor de esta elección y que tal vez nos permitan
reflexionar y encarar urgentes desafíos.
Si
bien existen categorías, premios y menciones, un Gran Premio es un símbolo, un
“primus inter pares”, un mensaje-síntesis de la arquitectura argentina al resto
de la sociedad sobre el estado del arte en nuestro campo. Una oportunidad para
señalar nuestras aspiraciones y lo que entendemos correcto y destacable como
disciplina.
Exponer y dar a conocer este Gran Premio en la FADU UBA,
lugar donde se forman miles de estudiantes de arquitectura, es además un
mensaje a ellos. Un paradigma a seguir por nuestros jóvenes. Es aquí donde surge mi mayor perplejidad: Que el modelo a
destacar por sobre el resto de los premiados sea la casa individual dentro de
un barrio cerrado en las afueras de la ciudad no parece la mejor de las recomendaciones
para quienes se están formando, ni para la sociedad en general. Porque mas allá
de resaltar lo metafórico y lo políticamente correcto que significa hoy la austeridad
formal y constructiva (en este caso, por momentos casi una impostura); sabemos
que esta tipología conlleva un modelo territorial irracional y que la ciudad extendida de baja densidad
provoca un impacto ambiental y social negativo. Hoy la enorme mayoría del mundo
académico y científico internacional comparte que la compacidad en el ámbito
urbano es lo correcto, ya que expresa la idea de proximidad de los componentes
que conforman la ciudad. La compacidad, por tanto, es uno de los factores que
facilitan el encuentro, la comunicación y el intercambio que son, como se sabe,
la esencia de la vida en comunidad, potenciando así la probabilidad de
contactos y con ello las relaciones
entre los protagonistas del sistema urbano. Son su antítesis: Las distancias,
la dispersión y segregación del urbanismo extendido y difuso. Por ello la casa
individual exenta -mal que nos pese a los arquitectos- ha devenido en el tipo
de vivienda menos eficiente ambientalmente, la que más energía, tierra y agua
consume. Además, su dependencia del automóvil implica altos gastos en
combustibles fósiles y emisiones de CO2 que agravan el calentamiento global. Por
último y en nuestro caso particular, este uso del suelo resulta un verdadero
despilfarro del territorio más rico y productivo del planeta en momentos en que
la obtención de alimentos es vital para la humanidad. ¿No debería un Gran Premio de Arquitectura dar cuenta de estas
cuestiones? ¿No son estos algunos de los desafíos perentorios en la formación
de nuestros miles de estudiantes de arquitectura?
Es
llamativo además que esta casa sea parte de un barrio privado en las afueras de
Rosario, ya que Rosario ha sido la primera ciudad del país en debatir
públicamente y prohibir nuevas urbanizaciones cerradas en su periferia.
Privilegiar el valor social y estratégico del suelo por sobre la especulación y
la fragmentación son fundamentos de esta
Ley sancionada a principios de 2011.
También
es paradójico que en un
país creciendo –según datos oficiales- a tasas cercanas al 9% anual
que el Gran Premio Nacional ARQ sea para una pequeña vivienda en los suburbios
de una ciudad. No
se malinterprete, es razonable que en la categoría “casas” gane una casa, y la Casa Puerto Roldán es una casa correcta – aunque
orientar los dormitorios al oeste no parece lo más eficiente para los tórridos
veranos santafecinos (¿habrá percibido el Jurado este “detalle”?)-; pero al ser
la obra a destacar dentro de toda la producción nacional de los últimos cinco
años, que además representará a la Argentina en la próxima Bienal de Venecia,
pone en evidencia síntomas de algo que es necesario abordar.
Cabe preguntarse: ¿Donde están y quienes producen los
grandes equipamientos públicos y privados de un país con semejantes niveles de
expansión? ¿Existen? ¿Dónde están? ¿Porque no premiar entonces alguna de
las miles de viviendas de interés social, los cientos de escuelas y hospitales,
los museos, las bibliotecas, el espacio público, los parques, las fábricas,
hoteles, laboratorios y los centros de innovación? ¿Su calidad arquitectónica y constructiva
resiste un análisis serio? ¿La obra publica argentina es “mostrable”? Más de
una cosa no cierra y creo que a esta altura todos nos damos cuenta de la
encrucijada que tenemos delante y el riesgo de encriptarnos en cofradías y
“discusiones para entendidos”. Por eso una
agenda y un posicionamiento institucional de la arquitectura argentina no deberían
obviar estas cuestiones ni soslayarlas, hay que ponerlas sobre la mesa porque
ellas son decisivas para nuestro futuro como colectivo profesional. ¿No será
tiempo de revisar los modelos de relación con el sector público y privado,
habida cuenta que los tradicionales concursos de arquitectura no parecen ser ya
la única herramienta idónea? ¿Podremos conjugar continuidad e innovación en
nuestra cultura y práctica disciplinar?
No creo en las casualidades pero, por ejemplo, el último
Gran Premio de la Arquitectura Española ha sido para un muy interesante
edificio urbano de 131 viviendas protegidas –de interés social- en Mieres,
Asturias. ¿No deberíamos, entre otras
cosas, cambiar nuestras tradiciones y hacer que la primera categoría de
nuestros premios de arquitectura sea para las instituciones públicas, o bien
privilegiar la innovación en la vivienda colectiva, su eficiencia energética y
su capacidad de hacer mejor ciudad? ¿Podremos superar nuestra preferencia
casi excluyente por las casas como objetos de culto y deseo? Sería un
mensaje claro y contundente al resto de la sociedad, pero también hacia el
interior de nuestra disciplina, ya que implicaría comenzar a revisar viejos
modelos de práctica y producción arquitectónica que hoy resultan cada vez más
estrechos y menos estratégicos.
Desde
la Grecia clásica las paradojas y las encrucijadas han servido para hacernos
pensar, reflexionar, debatir y cambiar.
Ojalá podamos hacernos cargo urgentemente, con inteligencia y serenidad, de los
enormes desafíos que se le plantean a la arquitectura argentina.