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domingo, 28 de diciembre de 2008

¿Que paisaje?

Las Canteras. Foto: Juan Ramírez Guedes
Nuevos paisajes. Fotomontaje de Miriam Chantal Castro

PAISAJE[S] INTERMEDIO[S]: utopía y ubicuidad
Juan Ramírez Guedes

Utopía: lugar que no existe. Lo que no tiene lugar
Ubicuidad: presencia simultánea en todas partes


1. La pregunta por el paisaje

Recientemente hemos leído: “Si intuimos respuestas al paisaje ¿Cuáles son las preguntas?”... Se trata del título de un artículo de Martí Franch y Víctor Tenez publicado en el número 1 de la nueva revista Paisea dedicada a la temática del paisaje. El título acierta insensiblemente, en nuestra opinión, en el diagnóstico de un problema fundamental que aqueja a este campo de trabajo y a este concepto, el paisaje, y que es, en efecto, la anteposición de una serie de “respuestas” antes de conocer realmente cuáles son los términos de la pregunta o preguntas a las que deberían referirse; más aún, cuál es esa pregunta o preguntas, en definitiva ¿qué paisaje?, ¿qué entendemos por paisaje?...
En tales condiciones es difícil que una multiplicidad de proposiciones, proyectos e imágenes se dirijan finalmente a algo más que a la verificación de un imaginario particular y contingente. Dicho esto, aclaremos que no vamos a intentar desde aquí responder a esa pregunta, nuestro interés es sólo intentar un acercamiento a una idea de paisaje, no convencional, una idea que, aunque poco sistematizada, respondería a una redescripción de la visualidad del espacio contemporáneo, visualidad, no obstante, de fundamentación no puramente óptica sino intensamente transfigurada por la interpretación, por la elaboración mental de un imaginario, un constructo heterogéneo, hecho de materiales que aporta la geografía y el territorio a través del ojo, pero también a través del pensamiento y de la cultura, al que hemos dado en llamar paisaje.
Por eso es así que no son suficientes las definiciones de los diccionarios, que reducen el paisaje a “la apreciación visual del territorio”, por ejemplo, entre otras acepciones simplificadoras. Tampoco valen, por la misma razón, actitudes meramente operativas como las que tienden a confundir el paisaje y el proyecto del paisaje con una especie de decoración a escala geográfica, o a confundir también el paisaje con la jardinería, etc., es decir, a incurrir en una simplificación ornamentalista de trasfondo estetizante que finalmente destensa y despoja a ese paisaje, a ese imaginario, de toda su complejidad y de toda su intensidad conceptual y plástica. La deriva hacia el ablandamiento de nuestra visión del mundo en función del paradigma de la agradabilidad consensual sin espesor ni sentido, desposee en fin, al paisaje, a esa imagen construida, de su teórica capacidad de ayudarnos a reconstituir una mirada penetrante sobre el mundo a través del lugar transfigurado.
Y sin embargo, a pesar de ello, a pesar de la inexistencia de un consenso teórico sobre su conceptualización, el paisaje como realidad, como idea y como fenomenología del espacio y del territorio ha recibido el constante interés del pensamiento, desde por ejemplo, Ortega y Gasset (¿Qué es un paisaje?) que, frente a las bienintencionadamente planas y tal vez ingenuas definiciones del Convenio Europeo del Paisaje que intentan articular normativamente un concepto universalizado de paisaje con finalidades administrativas y operacionales, ya establece que: “el paisaje es aquello del mundo que existe realmente para cada individuo, es su realidad misma. El resto del universo sólo tiene un valor abstracto… No hay un yo sin un paisaje y no hay un paisaje que no sea mi paisaje, o el tuyo o el de él. No hay un paisaje en general”, posicionamiento de Ortega que, si bien matizable por su tal vez excesivamente subrayada visión subjetivista que puede interpretarse como de un feroz relativismo, tiene, no obstante, el valor de evidenciar el carácter esencialmente cultural de la noción de paisaje, su propia condición de constructo.

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Camino al paraiso. Foto: Alberto Suárez González
Proyecto de Angel Verdasco y Pilar Arranz

2. Paisaje de la complejidad

Sin embargo, la evidencia de esta condición de construcción cultural del paisaje, no obsta para que sea legítima (y en este contramovimiento se pone de manifiesto otra condición: la de la complejidad) la demanda de la tendencia a una intersubjetividad que permita la ponderación crítica de las hipótesis de aquellas “respuestas” al paisaje que citábamos al inicio. Esta expectativa referida a los resultados relativos a la indagación sobre el paisaje, evidentemente trasciende de la esfera puramente intelectual a la necesidad de responder desde supuestos enormemente parciales, que seguramente están desde su propia génesis en la imposibilidad de ir más allá de la pura especulación en términos de imagen.
Y es que cuando hablamos de paisaje, estamos manejando una categoría compleja y al propio tiempo sintética de un conjunto de aspectos que ya difícilmente se pueden seguir considerando separadamente. Porque paisaje, puede definir tanto una realidad fáctica, como una noción de esa realidad, un artilugio intelectual de doble filo que contiene y atiende tanto aspectos referidos a la materialidad como a su recepción estética. Por eso finalmente la categoría de paisaje encuentra su mejor encaje en una visión que atienda a la complejidad como condición consustancial de la realidad.
Es en ese carácter de artilugio, de máquina de interpretar, donde el proyecto contemporáneo encaja en su facultad de investigación como ensayo y como simulación hipotética de imágenes tal vez posibles, que en su proteica irrealidad sin embargo ayudan a encontrar dimensiones nuevas en una realidad vivida automáticamente, percibida en forma rutinaria por la distracción del ojo acostumbrado. Es decir, exploraciones que pudieran parecer puramente retóricas, tal vez supongan en cambio una nueva ventana en la percepción, nuevas panorámicas de eso que vemos todos los días sin mirarlo realmente.
Aunque, como decía, la pregunta por el paisaje, así heideggerianamente enunciada, está sin respuesta y probablemente sea así porque las tentativas en realidad se han antepuesto como praxis artística y técnica a la propia escucha de los términos teóricos de la pregunta, esta desviación, sin embargo, no desactiva el potencial de apertura de visión que dicha praxis arroja. Este potencial evocador reside en el extrañamiento que producen algunas de estas elaboraciones de proyecto de paisaje, extrañamiento que más allá de la extrañeza, mueve a afilar la mirada y la visión y a encontrar datos y cualidades en lo real, datos y cualidades muchas veces inadvertidas por el automatismo de la recepción estética emplazada en la observación rutinaria, como también porque simplemente esos datos y cualidades no estaban ahí antes, (u-topos) pero que pueden pasar, en una oscilación entre el mundo y el ojo, a formar parte de un imaginario inasible pero finalmente vinculado culturalmente a ese lienzo de lo real. Que también es un constructo. Esas oscilaciones introducen vetas, fisuras interpretativas en la criptrogeometría relacional de lo visible con lo, en apariencia, invisible, contiuum entre lo uno y lo otro que constituye la visión estereoscópica de la que hablaba Jünger, evidencian un discurso que hace reverberar una geometría interior, a veces explícita y otras velada, imágenes que nos muestran a veces un nuevo paisaje como expresión casi de la imagen general de la ciudad o del territorio o, por el contrario, paisajes intermedios, insertos e incisiones en los intersticios, en los fragmentos que sin embargo explican el todo, el mundo y el lugar transfigurados.
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Granadilla. Foto: Juan Antonio González Pérez
Proyecto para Seminario Ciudad-Puerto. Juan Ramírez Guedes. Biennale di Venezia, Architettura, More Ethics less Aesthetics, 2000.
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3. La dialéctica forma-imagen

Esa mirada transfiguradora del lugar que construye el paisaje, es una mirada que se erige sobre la dialéctica forma-imagen. Si la forma es en realidad un sistema de relaciones espaciales inherentes a la propia esencia y a la materialidad del lugar, del territorio o del objeto (constitución elemental, posición, dimensiones, relaciones geométricas y topológicas intrínsecas), la imagen constituye la expresión de la elaboración temporal y cultural de la forma. La imagen “se ve” al propio tiempo que el proceso de intelección de lo visto nos hace “pensar” la forma. Es esta oscilación mental entre la imagen vista y la forma subyacente, con todas sus atribuciones, la que constituye finalmente la idea de paisaje en su sentido más completo y complejo; por ello un proyecto de paisaje que actúe sólo sobre la imagen contingente y no sobre la forma soportante es finalmente un proyecto sobre la mera apariencia, un proyecto de apariencias.
La imagen vive en el tiempo, en el tiempo largo de la decantación histórica de una significación (véase al respecto el sentido de la imagen dialéctica de Walter Benjamín) y simultáneamente en el tiempo instantáneo de la vivencia, el “tiempo ahora” (Jetztzeit) benjaminiano. La confrontación de ambas dimensiones arroja la constitución temporal de la imagen a través de la interrelación dinámica de las formas que la construyen en esa oscilación en sus diferentes figuras, sus figuras constructivas.
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El Graf_Zeppelin sobre la Catedral de Las Palmas de Gran Canaria
Chigago desde el John Hancock. Foto: Juan Ramírez Guedes

4. Vacío e interferencia como figuras constructivas del paisaje
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Pero ¿cuáles son esas figuras, las figuras constructivas del paisaje?.... En un interesante artículo titulado precisamente Figuras constructivas del paisaje del filósofo Arturo Leyte (revista Sileno número 11, páginas 8-17, un número monográfico dedicado a Heidegger), se responde a esta pregunta por las figuras constructivas y a la pregunta por ese paisaje final que ellas construyen, si bien en el primero de los casos aludiendo a los arquetipos heideggerianos clásicos de “la cabaña, la caverna, el templo, la casa y el puente”, añadiendo a continuación que estas “figuras” lo son también en términos retóricos pues finalmente asumen una condición metafórica para nombrar a la verdadera figuralidad del paisaje: el entre (Zwischen), el dominio de aquella oscilación a la que nos referíamos, el espacio intermedio, el intersticio por el que fluye el tiempo de la imagen en la cambiante dialéctica forma-imagen.
Ese espacio intermedio asume pues la condición fundamental de figura constructiva (pero no como la figura entendida dentro del viejo binomio “figura-fondo”), figura que puede encarnarse en los saltos de la continuidad en el proceso de formación de la imagen. Esas discontinuidades entre los estados de la imagen, del paisaje, asumen la condición de tensiones, de solicitaciones que producen una intensificación de aquella imagen, otorgándole su connotación más característica, su mayor capacidad de hacerse reconocible y definible.
En ese sentido, propongo dos formas de discontinuidad del paisaje, dos figuraciones de ese entre, de ese espacio de la intermediación, como sus auténticas figuras constructivas intersticiales: la primera es el vacío, como campo de resonancia, discontinuidad que provoca la formación de un espacio negativo que actúa sobre la imagen como elemento abstracto que la dinamiza por “succión” intensificándola. La segunda discontinuidad o figuración del espacio intermedio es la interferencia, como algo que se interpone entre el sujeto observador y el objeto observado (o entre dos objetos). Es un acontecimiento, una intrusión que modifica una representación previa, un sonido, un espacio, que produce en la recepción de una señal, otra extraña y perturbadora y tal vez sugerente. Interferencia instantánea o permanente, atendiendo a los diferentes tiempos de la imagen. Interferencia que en la discontinuidad de sentido que introduce, intensifica a la imagen, al paisaje.
Si la interferencia actúa casi como punción, como impacto, como extrañamiento, el vacío es un campo de resonancia, un campo de fuerzas, como un campo magnético, espacio de despliegue de las tensiones de atracción-repulsión entre dos imanes, un campo donde fluyen las tensiones figurales. La dinámica inestable de ambas discontinuidades, vacío e interferencia, arroja finalmente la propia inestabilidad esencial de la imagen, inestabilidad intensificada que pone en crisis la clásica valoración del paisaje como una composición de fondo y figura (en su sentido clásico objetual, no como tensión constructiva), composición que cede su lugar a un más complejo campo relacional en el que figura y fondo intercambian sus papeles, se substituyen mutuamente en una constante iteración, donde lo lejano puede asumir en realidad un papel de primer plano (véase la obra de Patinir, por ejemplo) o donde la figuración próxima asume la misión de catalizador de lo que la sucede en el plano figural, como en este haiku:

La lejana montaña
se destaca en los ojos
de la libélula
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La lectura de la imagen y del paisaje como imagen a través de sus discontinuidades y del papel intensificador de la interferencia y el vacío (dominando pues los caracteres inestables y dinámicos frente a la estaticidad y la continuidad) en lugar de la remisión a la canónica composición figura-fondo, manifiesta también su mayor complejidad en el efecto de estereoscopia que produce la pérdida del lugar fijo del fondo y la figura, ahora móviles e intercambiables en una inestable oscilación, pues esa condición de lo complejo reconcilia la circunstancia utópica (la que lo que no tiene lugar) con la ubicua (la de lo que está en todos los lugares) y los espacios intermedios y sus paisajes asumen esa doble y paradójica cualidad, donde funcionan en la imagen del paisaje, al unísono lo lejano y lo cercano, lo grande y lo pequeño, lo pequeño dentro de lo grande pero también en la complejidad de la escala figural, lo grande dentro de lo pequeño. Como en un Aleph: el paisaje en el entre.
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Publicado en Formas 18 pp. 62-67
Publicado en Noticias Arquitectura 2009

viernes, 26 de diciembre de 2008

Líneas sobre Las Palmas


Las Palmas de Gran Canaria

Líneas sobre Las Palmas. Entrevista -imaginaria- con Ernst Jünger
Juan Ramírez Guedes
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Las Palmas de Gran Canaria, finales de diciembre. Jünger llega con veinte minutos de retraso a la cita; se excusa con una sonrisa y atribuye la dilación al tráfico de la ciudad. Esta mañana temprano ha ido a pasear por Las Canteras y le ha sorprendido allí el mediodía.
- P: ¿Ha encontrado en su paseo muchas diferencias con respecto a la imagen que transcribe en sus Memorias?
-R: En cierto modo y a pesar de las numerosas transformaciones que he observado, creo que sustancialmente el espíritu de la ciudad no ha cambiado demasiado, al menos en lo que mis ojos han percibido en las pocas horas que llevo aquí. Es posible que la edad haya petrificado mi retina y no tenga ya en la mirada aquella elasticidad de la visión estereoscópica, pero permítame que lo dude.
-P: ¿Y cual sería ese espíritu de la ciudad, de Las Palmas, en que estriba?
-R: Es difícil responder con palabras; yo percibo un cierto desencajamiento del Genius Loci, un desacomodo del ser de la ciudad con respecto a su estar en la historia; añadiría metafóricamente, si me lo permite, que es algo como el Dasein que no termina de encontrar su ahí. La característica de ese espíritu que más me impresiona es su tendencia a la indecisión.
-P: ¿Esta tendencia a la indecisión, como se manifiesta?
-R: Insiste usted en formular preguntas de difícil respuesta; debe entender que hablamos de cosas relativamente inefables; creo que sería preciso recurrir a un lenguaje, a un pensamiento en imágenes para poderle responder. Las palabras son radiaciones de imágenes lentas que llegan a través del tiempo; la relación entre ellas yo diría que se corresponde con aquella relación entre la verdad y las metáforas, el metal y las monedas, según la idea de Nietzsche. Ahora bien, regresando a su pregunta, la indecisión de que habla, a mi modo de ver radica en un estado de indefinición, de no asunción de una posición en el seno de ese espíritu más general, el Weltgeist, el espíritu del mundo.
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-P: No se si acabo de entenderle: ¿este espíritu de la ciudad representa en realidad un estar fuera?
-R: Quizá sea más correcto decir un no estar. Uno de los nihilismos consiste en cerrar los ojos y negar la realidad de los tiempos: el nihilismo implícito del que hablaba Nietzsche; negándose a asumir el hálito del Weltgeist, se coloca, por así decirlo, al margen de la vida. La reivindicación de los viejos valores bloquea al final cualquier recolocación en el surco del tiempo.
-Jünger toma un sorbo del dry Martini que le han servido poco antes; tras un instante prosigue-En La Tijera, escribí sobre la fuerza o la potencia sin nombre que yace dormida en la ola; lo natural en la ola es comunicar esa potencia en el movimiento ondulatorio del agua hasta culminar su camino y hacerse espuma en el arrecife. La espuma del oleaje representa la verificación del destino de la ola. A este propósito, en Las Palmas, parece que las olas suspenden su consunción en la espuma. Una ola así, tal vez ya no pueda llamarse ola. La espuma que hoy he podido ver saltando en el mar azul sobre la barra de Las Canteras, no hace que consiga desterrar este pensamiento.
-P: ¿Este planteamiento tal vez hace referencia a un estado de perpetua inconclusión? De ser así usted atribuye a esta ciudad lo que no es más que una característica de la ciudad contemporánea, y aún diría más, de la ciudad a través de la historia; la ciudad debe entenderse como una opera aperta.
-R: Evidentemente no radica sólo en ese extremo el sentido de lo que trato de expresar. Ese carácter de obra abierta viene expresado por la espuma de la ola; el lugar en la punta de la flecha del tiempo no es un lugar inmóvil; la ola al estrellarse, se abre; justamente lo que intento decir es que en este caso la obra ha sido cerrada. Ha sido cerrada si no en el mundo de la apariencia sensible, si en el mundo más oculto del desideratum, del sentido de la intangible construcción de una cartografía de los deseos colectivos de los habitantes.
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-P: ¿Debo entender que esa cartografía de los deseos representa de alguna forma la noción de proyecto? No creo que el destino de la ciudad contemporánea pueda comprimirse en una sola idea, en un único proyecto que sintetice ese desear colectivo; ¿no piensa que hablamos de una realidad más poliédrica y sobre todo más fragmentaria?
-R: Me ha hecho dos preguntas y creo que puedo responder a ambas a un tiempo: en primer lugar esa cartografía lo que representa es un conjunto de líneas de múltiple geometría: hay líneas paralelas, convergente y divergentes; algunas de estas líneas deben propender a articularse y construir haces, a sumar sus fuerzas; otras, por el contrario, se perderán en las estrellas. La expresión de esta diversidad es lo que posibilita la aparición de un sentido. Son tan importantes las líneas que colaboran entre si como las que están destinadas a un infinito viaje, porque unas construyen el suelo y otras el horizonte.
-P: No obstante me gustaría insistir en el carácter fragmentario del mundo contemporáneo, aún en esta era, y por lo tanto de la ciudad, lugar de intensificación de sus cualidades; ¿cual sería el papel de su cartografía?
-R: En cierto modo vendría a suponer una polifonía, una construcción coral donde no todo fuese necesariamente armónico, porque la armonía muchas veces cierra. Es más, seguramente debería incluir disonancias e incluso ruido. Son necesarias tanto las líneas divergentes como las convergentes; también las silenciosas líneas paralelas que sólo pueden encontrarse en el infinito. Lo importante es la noción de apertura.
-P: En otro orden de cosas las ciudades que usted transcribe tanto en Heliópolis como en Eumenswil, son ciudades insulares como Las Palmas; la isla reaparece en su Visita a Godenholm. Parece haber en su obra un específico interés por lo que la isla significa.
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-R: En efecto, así es; y debo decirle por lo demás que aquella ciudad del sol, Heliópolis, contiene algunas resonancias de Las Palmas: aquellas islas de Las Hespérides, la cualidad del universo oceánico, el brillo del sol... Pero volviendo a su afirmación, creo que la isla es un lugar singular donde se confunden las geometrías del espacio y el tiempo. La isla reúne la condición de la monotonía del tiempo autodevorado con la apertura que provoca la confrontación con lo inconmensurable, con el ignoto horizonte oceánico: es un lugar a la vez cerrado y abierto. De su finitud y su reconcentración puede emanar una intensificación de la conciencia que provoca la visión estereoscópica.
-P: Pero también son espacios claustrofóbicos, al menos en dos de las obras citadas.
-R: Es que hay un movimiento y un contramovimiento. Toda moneda tiene su reverso, y no interprete esto como una declaración de dualismo maniqueo. La intensificación de la conciencia puede ser un proceso doloroso, pero la condición de la expansión es la previa compresión. Al final recuerde que es Ben Gunn el único que conoce el emplazamiento del tesoro.
-P:¿La isla es el lugar de La Emboscadura por antonomasia?
-R: No es casualidad que Waldgang (emboscadura) sea una palabra de origen islandés; pero se puede uno emboscar en cualquier sitio, en un apartamento en Brooklyn como el personaje de Auster o en una cabaña más allá de sendas perdidas como la de Heidegger.
-P: Dígame cual es su arquetipo para la figura del emboscado.
-R: El mundo de la literatura está poblado de estas figuras: quizás la más completa en su radicalidad sea la que representa el capitán Nemo, cuyo mismo nombre ya es una forma de emboscadura, emboscado en su submarino, una isla móvil (Mobilis in Mobile). También se podría decir que Hamlet es un emboscado, agazapado en las profundidades de su consciencia, tras el parapeto de la locura.
-P: Sólo un par de preguntas y terminamos: volviendo a la ciudad de Las Palmas, ¿tiene algún lugar de especial resonancia para usted?

-R: En mi vista de 1970, concretamente a principios de junio, si la memoria no me engaña, ya estuve en un lugar especial, en La Isleta, donde pude recorrer las salinas y los secaderos de pescado. Me bañé entre los arrecifes de lava más allá del Confital y estuve pescando en los charcos y recogiendo conchas para mi colección; conchas de todas las formas que yacían mezcladas entre una especie de grava de origen orgánico entreverada de partículas de roca finísimamente molida por el mar. Recuerdo que pasé aquella tarde invadido por una especie de bienestar geométrico bajo el silencio geológico sólo roto por el ulular del viento. Ahora tengo entendido que ese espacio se halla amenazado: más olas sin espuma. Más allá de lo que representa para el naturalista, creo que ese lugar constituye un patrimonio poético, si la geografía puede admitir esa idea. También estuve esa tarde en La Puntilla, donde ahora hay una plaza y un restaurante; recordando a Melville creí ver más allá de la barra a la Ballena Blanca.
-P: Para acabar, permítame recordar sus palabras finales de La Tijera; decía usted que "inmediatamente antes e inmediatamente después -del momento de la muerte- se producirán muchísimos acontecimientos interesantes"; ¿podría decirme si finalmente tenía usted razón?
-R: No se como responderle. No estoy seguro de cual fue el instante del trance... ¿Que es el fin? Después de que Hamlet pronunciara también aquellas últimas palabras: "The rest is silence", su voz sigue oyéndose una y otra vez por todo el mundo traspasando el muro del tiempo.
-P: ¿Volveremos a hablar en otra ocasión?
-R: Seguramente.
-P: Espero que ese no sea un encuentro peligroso.
-R: Yo también, pero en todo caso no olvide los versos de Patmos de Hölderlin, las líneas del peligro y las líneas de la oportunidad.
-P: Hasta la vista Herr Jünger.
-R: Auf Wiedersehen.