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lunes, 23 de mayo de 2011

La Isla de Hidrógeno, Presentación de Juan Ramírez Guedes

Air Liner Number 4. Norman Bel Geddes & Otto Koller. 1929

Sobre la utopía neotécnica contemporánea

La emergencia de una serie de corrientes o tendencias que irrumpen en el territorio de la arquitectura contemporánea desde supuestos al menos teóricamente “antisistema”, entendiendo por ello su planteamiento fuera de los limites de la arquitectura como producción comercial  u ortodoxa,  tiene sus orígenes en la tradición utópica de un sector de la arquitectura moderna, en las vanguardias, continuada después, en diferentes etapas por arquitectos, artistas  o grupos de ellos que aglutinan algunas tendencias inspiradas en la cultura Pop, la utopía neotécnica, la ciencia-ficción, el situacionismo, etc; es decir se trata de una corriente muy heterogénea que se nutre de amplios horizontes culturales (y “contraculturales”) y que se extienden casi desde los comienzos del pasado siglo hasta nuestros días, con una importante inflexión en los años sesenta y setenta del siglo XX.

Los gérmenes más genuinos, de este haz de tendencias por más que muy distantes de toda una serie de poéticas, sumamente heterogéneas conviene insistir, que eclosionan posteriormente, pueden rastrearse en los utopismos más caracterizados como los del constructivismo ruso y sus investigaciones y proyectos más visionarios, o en las propuestas del futurismo y en el expresionismo cinematográfico. Ya estos vectores artísticos comparten, desde diferentes angulaciones, un discurso atravesado por la búsqueda de una reformulación de las condiciones espaciotemporales de la arquitectura o de su representación, ya sea como inestabilidad formal y tectónica, como por la estética del cinetismo, la movilidad o la poética de la velocidad, como en el caso del futurismo. Esta ruptura con la condición canónica de la estabilidad de la arquitectura es en la mayoría de los casos, al mismo tiempo una reproposición del estatuto de la obra de arte (en el caso del constructivismo recuérdese el “Manifiesto Productivista” de Rodchenco, Tatlin y otros, que reformula la producción artística como una actividad eminentemente social y técnica y “antiartística” en los términos tradicionales, o los escritos del LEF, Frente de Izquierda de las Artes, integrado entre otros por Tatlin, Einsenstein y Maiakovski , que postula la integración del arte con la vida cotidiana) como una figuración de la utopía cientifista o técnica. En todo caso, la reconsideración del tiempo como elemento activo del proyecto y no simplemente como duración, apuntan una condición potencialmente abierta del mismo.

La condición de apertura (apertura del proyecto que se substanciará en diferentes direcciones) constituye la característica más profunda de este conjunto de tendencias o experiencias. A medida que van caducando ciertos contenidos utópicos de escala más universal (la crisis de constructivismo, por la desutopización del proyecto revolucionario soviético, por ejemplo), sin embargo, desde posiciones ya más claramente marginales (política y disciplinarmente) la formulación utópica sufre un revival en los años 60 del siglo XX, vinculándose tanto al movimiento situacionista y a los movimientos de crítica social y política que caracterizaron la década y parte de los años 70. Esta concepción “abierta” de la arquitectura va a revestirse de una mayor complejidad, relativizando su vinculación a la temporalidad asociada a la mera movilidad mecánica como principal exponente, para adentrarse, en diferentes direcciones, en territorios más fenomenológicos y metafóricos así como en consideraciones de índole social como base de su poética.

Es importante, por otra parte, reconocer en muchos casos la deriva de una determinada producción  presentada y desarrollada como “alternativa”, que con el paso del tiempo ha podido desembocar en la generación de una praxis más pragmática y ortodoxa, aún dentro de un cierto discurso rupturista,  cuando no en operaciones claramente icónicas, entrando así en resonancia con el mercado y la opción de la pura espectacularidad, que, inicialmente se planteaba criticar, cuando no combatir. Este sería el caso de arquitectos como Peter Cook, fundador de Archigram (véase su proyecto para la Kunsthaus de Graz), o de Coop Himmelblau, abanderados de la arquitectura deconstructivista desde finales de los años 80, entre otros.

En los años 60 del pasado siglo, las metrópolis de occidente han sufrido ya importantes mutaciones en un proceso de desarrollo lanzado después de la Segunda Guerra Mundial, que ya apunta los rasgos de la ciudad contemporánea. La nueva realidad urbana, frente a la compacidad de la ciudad histórica, contiene nuevas áreas, nuevos tejidos que junto a los conjuntos residenciales basados en la vulgarización de los presupuestos del Movimiento Moderno, presentan la incidencia de grandes elementos infraestructurales, zonas industriales etc., en muchos casos ya en proceso de obsolescencia producto de la aceleración de la técnica, generando así un conjunto altamente heterogéneo y desestructurado.

En ese contexto, y de manera casi simultánea hacen su aparición las propuestas de Archigram, con Peter Cook y Ron Herron, Superstudio y Archizoom o las de Haus Rucker Co. o Yona Friedman. Con operaciones y propuestas que coexistentes con las formulaciones de la Internacional Situacionista, Constant o el propio Debord y participando de estéticas influidas por la cultura Pop, por la ciencia-ficción y por los experimentos proyectuales de Buckminster Fuller o antecedentes como los diseños de Norman Bel Geddes entre otros, van a plantear proyectos especulativos como alternativas al espacio urbano y a la ciudad y a las formas de habitar en la misma, desde una concepción nueva del espacio público hasta la misma célula residencial (retomando también aquí experiencias como las de los proyectos de  “The house of the future” (1956) de Allison y Peter Smithson o la “Casa Eléttrica” (1930) de Luigi Figini y Gino Pollini) tema este que constituirá un  referente de investigación generalizado.

Una parte importante de esta producción, replanteando la dislocación de las tradicionales relaciones de la arquitectura con el lugar mediante la incorporación de la movilidad y la desterritorialización, como en los proyectos “A Walking City”, “Instant City” o “Seaside Bubbles” de Archigram, esta transfigurada por una fascinación neotécnica maquinista que identifica a la arquitectura e incluso a la ciudad como megaestructura con la condición de artefacto mecánico, en un campo de acción que lleva desde la casa al objeto de diseño industrial. La incorporación de elementos móviles, dirigibles y otros vehículos aéreos, formas geodésicas y estructuras neumáticas (como Haus Rucker Co.) hacen superponer una condición tecnológica al substrato lúdico y Pop que caracteriza muchas de estas abigarradas imágenes,

La apertura de estas figuraciones no hace tanto referencia a una concepción indeterminista del proyecto como al territorio de la imaginación y la pura especulación paracientífica como anticipación de una imagen del mundo por venir, tensionando la vivencia de la ciudad presente con la de una hipotética ciudad futura en una cotemporalidad simultánea o por decirlo de otro modo con las palabras de Archigram, instantánea.

Estos proyectos atraen para sí y como un elemento de su poética aquella condición frenética del espacio contemporáneo que diagnosticaba Franco Rella, ofreciéndose sus artefactos como verdadera musculatura de la ciudad nerviosa de Simmel. Por más que es evidente el componente de crítica ironía que manifiesta la producción de Archigram, no deja de haber un fondo de fascinación, una actitud ambivalente en su propuesta.

Más claramente crítica es la “Non Stop City” de Archizoom Associati,  estudio de arquitectura fundado por Andrea Branzi, que intenta llevar a sus últimas consecuencias los postulados del urbanismo moderno y la ciudad industrial organizada por la producción y la conectividad sin límites, anticipándose en su propuesta a la actual realidad de la metrópolis difusa de infinitas periferias. Branzi y Archizoom derivaron también su actividad profesional, en un salto escalar cualitativo, al territorio del diseño industrial, verificando aquella ósmosis ideológica entre arquitectura y objeto industrial que referíamos antes, al igual que los también italianos Adolfo Natalini y Superstudio.

Superstudio dentro de la línea de reflexión crítica compartida por todas estas neovanguardias  plantea una aproximación poética irónica (en ocasiones casi metafísica) al problema del espacio contemporáneo, una vía que aborda también el problema del paisaje irrumpiendo en el territorio del land-art y de la gran escala (p.e. “The Continuous Monument, An Architectural Model For Total Urbanisation”). Sus propuestas provocan una oscilación perceptiva producto del extrañamiento de la superposición crítica de realidades incongruentes: recordemos su propuesta para el Golden Gate o el proyecto para Manhattan cuya imagen tanto fascinó a Rem Koolhaas.

Lebbeus Woods, profesor de la Cooper Union, define también sus propuestas como “Anarquitecturas” y su trabajo, de enorme capacidad de sugestión visual, explora la poética de la destrucción y de la guerra, investigando territorios postmilitares como en su propuesta para Sarajevo. Con una formalización muy transfigurada por la estética del cómic proyecta habitáculos casi de supervivencia para una sociedad futura. Sus proyectos recorren todas las escalas de ese territorio fronterizo con un futuro inquietante y entrópico, como balizas o refugios (SoloHouse) tal vez temporales.

Procedente del campo de la poesía y la performance, Vito Acconci a partir del principio de los 80 y con su obra “Abstract House” y posteriormente fundando el Acconci Studio en 1988, se introduce en el campo de la arquitectura centrando su preocupación en el espacio público, utilizando estrategias que incorporan muchas veces elementos de cierto grado de tecnificación, móviles, efímeros, etc., aunque también otros sistemas más convencionales y estables. Sus obras actúan como condensadores relacionales en el espacio público, como acontecimiento objeto de una vivencia personal del usuario en el espacio y el tiempo, buscando la emergencia de una cierta indeterminación y apertura en la separación en términos espaciales y temporales entre lo público y lo privado; como él mismo ha declarado: “La gente sabe de arquitectura porque en algún momento, por una puerta estrecha o un techo bajo, se puede haber sentido aprisionado. De hecho, mi miedo es que el diseño del espacio puede determinar la conducta de la gente en él y eso puede ser totalitario, por eso me gusta la arquitectura móvil, con paredes que se pueden taladrar y agujerear, con los límites entre lo público y lo privado imprecisos”.

Ya en el S.XXI, el horizonte de la imaginación neotécnica y sus formulaciones de un hipotético porvenir más o menos distópico pasa ineludiblemente por la acuciante problemática medioambiental y económica que recorre el mundo como un nuevo fantasma: el cambio climático y el calentamiento global, el agotamiento del modelo energético basado en los combustibles fósiles, los peligros del modelo nuclear puestos de relieve, una vez más, por el accidente de la central de Fukushima y en fin el debate sobre las energías renovables, las hipótesis de sostenibilidad, etc. La Isla de Hidrógeno se inscribe, pues, en este contexto cultural. Un contexto donde la imaginación artística se hibrida con la especulación científico-técnica, donde la inquietud y la esperanza se reparten, no sé si a partes iguales, el terreno. En todo caso un territorio para pensar.

Juan Ramírez Guedes

La Isla de Hidrógeno. Presentación de Sonia Mauricio























La Isla de Hidrógeno es un ensayo, una novela y un experimento. Y a su vez el libro como objeto es un artefacto original y decorativo perfectamente planificado por la estética de PSJM. A través de sus páginas, se superpone la narración de una historia con un ensayo que remite a un tema universal e inagotable: la condición humana y sus posibilidades de construir un mundo mejor. Una Utopía que marca sinergias sobre la propia narración.

Utopía, un concepto ideal que desde el primer momento imprime a la novela luces y  sombras que remiten a La Caverna de Platón. Luces que aspiran a una unidad entre belleza y bien universal. Sombras que marcan la grieta y le dan el vuelco a la construcción.

La Isla de Hidrógeno se enmarca en un lugar imaginario a caballo entre la utopía griega y un futuro empático. Espacio de atmósferas puras de  energías alternativas donde ya no cabe la antigua tiranía de los combustibles fósiles. Marco idílico donde todos los ciudadanos se aman y nadie quiere tener más poder que el otro, regido por auténticos mecanismos de democracia directa. Lugar donde se tratan de realizar los ideales platónicos de que “si se practica lo bueno, irremediablemente se admira lo bello”. Paisajes de preciosas cúpulas semiesféricas y lagos cristalinos donde los niños juegan con bolas de colores y el asteroide 323, un robot al estilo del androide C-3PO de La Guerra de Las Galaxias, hace su declaración:

“Competitividad. Ganadores y perdedores, vencedores y vencidos. Nada de eso existe ya...Un mundo donde has de ser el mejor, estar por encima. Arriba y abajo. Héroes y masas. Todo eso, hoy, es extraño a nuestro mundo. Pero existió, y las personas vivieron miles de años encerradas en esa cruel selva de depredadores y presas".

Al contrario, La Isla de Hidrógeno configura un mundo donde rigen las máximas de Schiller de que el trabajo es un juego que produce placer y no alienación. Un proyecto del que participan arquitectos, ingenieros, artistas y poetas conectados por líneas transparentes de flujo. Mallas que establecen una red orgánica donde se albergan actividades y experiencias, alojamientos, restaurantes, fábricas y granjas, talleres y laboratorios.

Para diseñar este entramado PSJM utiliza imágenes oníricas, arquitecturas y materiales de la invención muchos de ellos cinematográficos que recuerdan a los de la película Origen de Nolan donde Di Caprio dirige a un equipo que tiene acceso a una tecnología que les permite entrar en las mentes de las personas a través de sus sueños.

Y del proyecto colectivo la narración pasa a las historias de sus personajes. Entre ellas, la de Estela Diermissen, artista joven y sensible, que le da el primer quiebro a ese mundo perfecto y empático. A partir de ahí la incertidumbre penetra en La Isla creando una atmósfera de extrañamiento, como la que logra Bioy Casares en El experimento de Morel.  En la novela de PSJM ese espacio se sitúa en una enorme sala enladrillada donde se simboliza un cubo negro que como un reflectante monumento envenena los espacios puros de la Isla de Hidrógeno. Detrás de sus rincones se camufla el inquietante Ernesto Winkler que introduce los guiños a la nueva novela sueca de la que PSJM, Pablo y Cynthia, se consideran deudores.

 Y como hilo conductor la protagonista Celia, que al estilo de Alicia en el País de las Maravillas, muestra una mirada que podría parecer ingenua en un primer momento pero que luego resulta muy certera. Es ella la eligida para frente a la pantalla digital descubrir las claves de POWER, serial que como una caja dentro de otra muestra en clave de cómic algunas paradojas de la condición humana y sus continuas contradicciones.

Es ahí donde  La Isla de hidrógeno abre el debate sobre las revoluciones y las causas y mecanismos psicológicos del fanatismo. Y cabe preguntarse si las utopías sociales o colectivas no acaban siendo dirigidas en muchos casos por una élite que se considera por encima de la masa. Elegidos que han de llevar a mejor destino a la humanidad y cuyas expectativas de transformación a cualquier precio no son sólo patrimonio de mentalidades planas sino que pueden ser compatibles con la sofisticación científica e intelectual que pone al servicio de sus fines los recursos más insospechados.

Y es donde esta narración suscita cuestiones sobre los que ya reflexionaba Hannah Arendt en  Los orígenes del totalitarismo en el otoño de 1949, cuatro años después de la derrota de la Alemania de Hitler y menos de cuatro años antes de la muerte de Stalin. Palabras las de Hannah Arendt que repetidas en pleno siglo XXI siguen con la misma actualidad:

“Es como si la humanidad se hubiese dividido entre quienes creen en la omnipotencia humana (los que piensan que todo es posible si uno sabe organizar las masas para lograr ese fin) y aquellos para los que la impotencia ha sido la experiencia más importante de sus vidas…El designio totalitario de conquista global y de dominación total ha sido el escape destructivo a todos los callejones sin salida. Su victoria puede coincidir con la destrucción de la humanidad; donde ha dominado, comenzó por destruir la esencia del hombre. Pero volver la espalda a las fuerzas destructivas del siglo resulta escasamente provechoso.”

Después de estas palabras de Hannah Arendt respecto a los totalitarismos del siglo XX surge la pregunta de si hoy estamos más cerca de la utopía de una sociedad en la que desaparecen los conceptos de poder, dominación y explotación.

Creo que las imágenes de Fukushima exhalando energía envenenada, la guerra de Libia o el desenlace de Bin Laden en el último capítulo de una Guerra de Civilizaciones, que no rehuye la violencia y la tortura para lograr una supuesta justicia universal, son un ejemplo más de la ruptura definitiva de nuestra sociedad actual con el ideal de progreso, que ya se quebró tras la Alemania nazi y no se ha vuelto a recomponer.

Hoy, estamos inmersos en una era de la incertidumbre después de la modernidad, posmodernidad, transmodernidad o cualquier etiqueta que se le quiera poner a estos tiempos convulsos de principios del XXI. Y es ahora cuando no podemos olvidar que el tejido cívico de la modernidad, esa urdimbre sobre la que se cimenta nuestra moral laica y moderna, se halla en peligro no sólo ante el auge de todo tipo de totalitarismos de Estado, sino también ante los embates mediáticos (de una realidad filtrada por los intereses económicos). Embates corporativos y burocráticos o administrativos de la modernidad avanzada, que se jacta de haber superado el pasado totalitario. En este sentido, creo que es importante luchar porque estos espacios de libertad y crítica se fortalezcan. Y no paralizarnos sino seguir apostando por mayores logros respecto a igualdad y tolerancia.  Por eso, me gusta la apertura del final de la Isla de Hidrógeno al que nos lleva su protagonista Celia, y que no desvelaré, pero que coincide en su filosofía con la conclusión del ensayo de Hannah Arendt:

“Pero también permanece la verdad de que cada final en la historia contiene necesariamente un nuevo comienzo: este comienzo es la promesa, el único “mensaje” que el fin puede producir. El comienzo, antes de convertirse en un acontecimiento histórico, es la suprema capacidad del hombre y de la mujer que políticamente, se identifica con la libertad. Este comienzo es garantizado por cada nuevo nacimiento; este comienzo lo constituyen, desde luego, cada mujer y cada hombre.”

Muchas gracias y felicidades de nuevo a Pablo y Cynthia.

Sonia Mauricio Subirana

miércoles, 11 de mayo de 2011

"La Isla de Hidrógeno" en la Escuela de Arquitectura




















Presentación del proyecto y libro "La Isla de Hidrógeno" de PSJM. Viernes 13 de mayo de 2011. 12 horas. Salón de Actos de la Escuela de Arquitectura de Las Palmas de Gran Canaria, ULPGC

La Isla de Hidrógeno